29 may 2018

La enfermedad literaria



Reunidos los miembros de la comisión con el encargo de elaborar el DSM VI, seguro la van a proponer: la enfermedad literaria. Usarán como antecedentes históricos el Quijote, la expresión lletra ferit usada en Cataluña y Valencia para designar a las personas que tienen por pasión la literatura, algún poema de Rimbaud y el suicidio reciente de cuatro novelistas y tres dramaturgos. 
Desnudarán a escritores y lectores, codificarán gustos y manías. Fundamentalmente, individualizarán  características y les darán nombre de criterios diagnósticos. Haciéndolo, se morderán los labios y se frotarán las manos. A partir de esos gestos, los individuos que dedican su tiempo libre a leer y reescribir lo que han leído ya cumplirán con un criterio. Si además no ganan dinero ni devengan salario por hacerlo, dos criterios. Si envían manuscritos o archivos informáticos a más de un premio literario al año, tres criterios. Si del premio previamente se ha dicho quién lo ganará y en efecto así sucede, el tercer criterio vale por dos: o sea, cuatro criterios. Si el paciente (llamémoslo ya así, qué remedio) participa en  eventos a los que acuden menos de diez o quince personas, cinco criterios. Si asiste a ferias donde mientras espera sentado lectores que no llegan ve cómo cocineros y cómicos firman libros que han sido escritos por publicistas y técnicos de marketing, seis criterios. Tres o más criterios garantizan el diagnóstico. Le llamarán enfermedad literaria y propondrán estudios con antipsicóticos de última generación y, si estos no funcionasen, estabilizantes del afecto. 
Afortunadamente, antes de hacer público el estudio, han de presentarlo en asamblea y alguno propondrá el voto público. 
Por vergüenza, fundamentalmente por vergüenza, no por convicción, la mayoría desaprobará el proyecto y habrán de guardarlo en los cajones pensando quizá en el DSM VII o el DSM VIII. 
Pobres tablas diagnósticas, desgraciadas tablas, Ellas guardadas en formol y nosotros gozando, escribiendo.


22 may 2018

Belleza interna


Como si se tratase de un dinosaurio o una cabina telefónica, pregunto a amigos y conocidos por la belleza interna. ¿Qué pasó con ella? ¿A dónde fue a parar? ¿Quién la ha visto últimamente?

Pocos me responden y quienes lo hacen seguro preferirían salir en la tele hablando de esta primavera como la más rara que nunca han visto.

Se refieren a ella en pasado como una cosa que hombres y mujeres llevaban dentro. Era una mezcla de ideales y sentimientos, principios y valores. Usan para describirla palabras tan anacrónicas como la palabra anacrónica.

Una anciana, en la plaza, consciente del peligro actual de hablar de los humanos, le quita pensamiento a la expresión y me habla de alimentos: “Es como la fruta que crece en el campo; no es bonita como la del super, pero por dentro está buena”. La entiendo porque alguna vez escribí un artículo en el mismo tono sobre la novela.

Continúo indagando y descubro con alivio que la belleza interna no ha muerto: existe todavía aunque ha cambiado de traje. La encuentro, cómo no, en el tren y luego en el gimnasio. Ya no se trata de ideales y sentimientos: ¿qué es eso? Ahora la belleza interna se expresa en números, responde a protocolos y escalas y se mide en unidades.

Son bellos por dentro ahora los seres humanos que se cuidan. Por eso su belleza se expresa en los kilómetros que corren, las calorías que consumen y eliminan, en los miligramos por decilitro de su colesterol.

No voy a ser yo quien se ponga nostálgico por este cambio. Mucho menos cuando he encontrado algo que creía perdido y puedo constatar que, igual que antes, continúa contribuyendo a su expresión más superficial, la belleza del afuera.

Tan solo me permito una pregunta relacionada, ¿por qué no?, con la literatura. A partir de este cambio, ¿cómo se escribirían ahora los libros santos, los clásicos e incluso la novela maravillosa del siglo XIX? 

Ayúdame tú, lector, a responderme o no me ayudes ya que creo tener la respuesta. Tienes toda la razón, la pregunta es innecesaria, anacrónica e injusta. Carece de respuesta  porque ninguno de esos libros podría ser escrito nuevamente, mucho menos en la actualidad.







20 may 2018

La novia de Zapatero en Caracas



Siempre fueron interesantes las comunistas convencidas.
En Cuba y en Moscú. Hablaban de bombas molotov, usaban pulseras y camisetas con la cara del Che Guevara. Contaban batallas y manifestaciones. Olían a pólvora y vinagre, leían Pravda y creían en el sacrificio.
Desde hace unos años en Venezuela también existen. Son comunistas, parecen convencidas, pero no son ni siquiera remotamente parecidas. Su comunismo es injertado. Ellas hablan de la revolución con la misma pasión que generan sus prótesis mamarias. Critican la plusvalía pero, pómulos y labios, huelen a silicona. Llevan en el bolso la constitución de Chávez y usan billetes de cien dólares como marca libros. Comunistas buenorras, atienden a los invitados internacionales y, con Shakira de fondo, les convencen de las virtudes de Nicolás Maduro. Son muy jóvenes y lo suyo no es el amor ni la prostitución, sino el porvenir político de sus padres. Mientras ellas bailan, los patriarcas siguen siendo generales, diputados y narcotraficantes. En muchas ocasiones, las tres cosas juntas. 
-Zapy, di que sí. Asiente cuando te pregunten por la democracia.
Da nauseas saberlo y, para decirlo, es necesario usar pìnzas y tapabocas. Igual que Berlusconi, Zapatero ha terminado enriqueciendo a sus suegros. ¿Acaso era posible imaginarlo hace quince años?
Desacelerado ex Presidente, quien esté urgido y acostumbrado puede pagar millones de dólares por un buen polvo, pero ni siquiera el mejor amor vale una vida ajena. Tampoco la de millones de venezolanos.

12 may 2018

Dos escritores



Cuando en un acto literario dos escritores se encuentran por primera vez es probable que mentalmente cada uno repase las portadas del otro y recuerden así el párrafo en el que a uno le sobraban puntos y al otro le faltaban comas. Eso es literatura también.
Pero si es un acto laico, de la vida, en que uno y otro desempeñan funciones diferentes a la literaria, seguramente los pensamientos tendrán otro contenido. Ahí va un ejemplo. El primer escritor es una maravilla que desde hace tres años trabaja en una estación de servicio. El segundo conduce una cisterna de treinta mil litros y viene hoy por primera vez a traer combustible Hay un momento  del trasiego en que las miradas se encuentran. Quizá por culpa del libro de Conrad que el de la estación siempre tiene junto a la caja registradora. Quizá porque al del camión le suena en el móvil la alerta de una web de premios literarios.
El instante en que se cruzan las miradas es un momento eterno que contiene una duda, como cuando dos personas se sientan uno junto al otro en el metro y a los dos segundos entienden que padecen la misma enfermedad.
Uno piensa del otro y el otro piensa de uno. Se atribuyen géneros y preferencias usando como brújula el libro de Conrad (Nostromo) o el premio de la alarma. El del camión piensa que la estación ha de ser un buen lugar para escribir crónica. Y el otro le atribuye al camión una potencia novelística.
"¿Tú escribes?", se preguntan simultáneamente y a los dos minutos se encuentran hablando de sus proyectos.
Quizá sea culpa de la gasolina pero ambos se sorprenden al saber que en sus últimos libros tienen un personaje parecido: un hombre que acumula los periódicos de la semana y el domingo lee el del día siguiente a las veinticuatro horas que más le gustaron. Literatura pura.

5 may 2018

El poeta que escribe los artículos del presidente Maduro


Luis Alberto Crespo y sus amigos

El poeta que le escribe los artículos al presidente Maduro, gordo o flaco que sea, hiperproteico o desnutrido, fiscal general o director de literatura del ministerio, dejó claras dos cosas en el artículo que publicó el miércoles 3 de mayo el periódico El País. La primera que no sabe escribir artículos. Y la segunda que, obligado a mentir, a minimizar su opulencia (si funcionario importante y corrupto) o el ruido de sus tripas (si funcionario de a pie), es un mal mentiroso.
El artículo puede parecer un género bastardo pero no lo es y, aun si lo fuera, requiere de oficio y no acepta el tartamudeo ni la rima fácil. Allí es donde se le ven las plumas al poeta que escribió el artículo firmado por Maduro. En la cursilería, las ideas entrecortadas, la dificultad de continuarlas después de cada punto y seguido y, en consecuencia, el uso recurrente de la anadiplosis (a la manera de ciertas coplas llaneras, la repetición de la última palabra de un verso-oración al principio del siguiente verso-oración).
Sea quien sea el poeta culpable, es obvio que no cree en el artículo como género y, sin ser zurdo, ha escrito este con la mano izquierda, sin empeñarse, no porque le dé grima mentir, sino porque no sabe hacerlo (ni escribir ni empeñarse).
¿Cuál es el vínculo entre estos poetas (uno solo es el que escribe los artículos pero son una manada los que apoyan la gestión) y un presidente incapaz y corrupto que, ya desmantelado el estado, ni siquiera puede prometer la publicación de libros o la concesión de premios?

Tarek William Saab y Nicolás Maduro


No es necesario escarbar mucho para saberlo. Basta con leer el texto completo, lo que es una tarea ardua y pesada, difícil de tragar. Las últimas cuatro líneas son versos de Neruda. A través del poeta chileno, Maduro y su esclavo recuerdan a Allende y lo que les parece su gesta épica. Inmolación y muerte promete Maduro y por eso estos poetas mediocres (peores articulistas) se le acercan y le escriben glosas y artículos. Se excitan con las palabras izquierda y revolución y, a falta de medicinas, se bajan la tensión convirtiéndose en aduladores de oficio. Por un lado les duele morir pero, ya que hay que hacerlo, les anima la posibilidad de hacerlo épicamente. Esa contradicción les delata y, mintiendo, los obliga a no disimular, a no poder disimular la mentira.
Cuando uno de ellos es elegido para perpetrar un artículo que firmará el presidente, lo celebra en familia como si le hubiesen concedido el Nobel e intenta no olvidar a sus pares, el resto de la manada. Por eso el poeta (Maduro) de El País le dedica cinco líneas al uso que se le da en Venezuela a la palabra pana. Porque está contento. Pero eso no lo salva de ser lo que es: un mal poeta, un mal mentiroso que corrompe las palabras al usarlas, que las retiene en el calabozo absurdo de su artículo y, si las deja salir, las mata de hambre y de miseria. Este poeta es igual que Maduro, basura humana y literaria, el mismo detritus político que el editor inescrupuloso que les vende su tribuna.