5 abr 2018

Medritura: boleto de ida y vuelta


Cuando el tren llega a C, se abren las puertas de los vagones y, apretujados, médicos y estudiantes caminan hacia los tornos. Hay quien lo hace con pereza, como si el cuerpo pesara, que a veces pesa; quien con naturalidad, como Federer cuando la cruza con la derecha; y quien con motivación, como si se tratase de conejos en el interior de un libro de Lewis Carroll. Cada quien lleva su luz y su sombra. También sus tarjetas, que en ocasiones atragantan el torno. El maquinista abre la puerta de su habitáculo y los ve pasar. Cuando ya solo quedan tres o cuatro, camina hacia la cola y, marcando en la pantalla el nuevo destino, V, la convierte en punta.
Es un gesto mínimo y natural. Quizá hubo una época en la que había que buscar una escalera y atornillar cárteles pesados que ensuciaban las manos de hollín. Pero ahora solo es necesario pulsar un botón para que las luces de V se enciendan en la nueva punta.
Ese encendido es una luz de esperanza para quienes esperan en el andén, que atropelladamente suben. Para mí es un momento de reflexión que procuro no perder con la mirada y guardar por unas horas en la memoria. Es una especie de miércoles de ceniza ("Polvo eres y en polvo te convertirás") ya que en un santiamén el tren deja de ser los médicos y se convierte en el tren de los pacientes. ¿Por qué? Porque casi todos los viajeros que suben son o han sido pacientes de los médicos que han bajado hace tan poco. Porque a esa hora los únicos médicos que suben vienen de hacer la noche y sus ronquidos durante el trayecto los convierten en pacientes de neumología. Y porque entre las paradas del trayecto está el hospital nuevo donde seguramente bajarán muchos pacientes pasajeros, pendientes de interconsultas y pruebas especiales.
No puedo dejar de pensarlo. Ese tren de ida y vuelta, de médicos y pacientes, es una visión que retrata de manera inmejorable la medritura. Obviamente todos los médicos son pacientes y el medritor lo sabe o al menos eso debe y pretende.
Igual que el tren que llega primero a C y luego a V, al saberse médico y paciente, el medritor comienza a vivir y por ende a morir, convirtiendo la medritura en su consultorio (su cementerio) permanente.

1 comentario:

Gilberto dijo...

Al imaginarse la propia inminente, preguntándose ¿Hasta hoy he sido capaz de amar, me he sentido amado en la vida?, y sentir una contestación positiva, uno puede decirse feliz, con poco miedo al descarrilamiento.
Gracias por hacer acordarme de los trenes.
Un abrazo