2 mar 2018

Truhanes



Sé de personas que son capaces de hacer negocios incluso en el colegio de los hijos. Si son arquitectos o constructores y el individuo ocupa un lugar de relevancia en el AMPA, el colegio se hace cada vez más grande, se enriquece con columnas góticas y, por qué no, empieza a tener puentes estilo La Guerra de las Galaxias. Si el truhan en cuestión tiene una granja avícola, en el comedor del colegio empiezan a servir diariamente  pechuga y huevos. Es lo que tiene ser truhan. Aunque el cine diga que el crimen no paga, al truhan siempre le cuadran las cuentas y, si acaso pierde, no lo admite. Es mal empresario y peor persona. Él conduce un coche último modelo y las furgonetas de sus empleados tienen las ruedas lisas. En estas semanas pienso que el truhan no deja de ser truhan ni siquiera cuando le contagian la gripe. Tiene los ojos acristalados, pero continúa. Su negocio avanza a toda pastilla: con las llantas lisas y los motores deshechos, pero cobrando aquí y allá. Desde ese punto de vista es todo lo contrario del escritor. No es que esté diciendo que no hay escritores truhanes. Tiene que haberlos. Pero nuestras tajadas son tan pírricas, que no les valen mucho la pena a tan poco distinguidos señores. De hecho, el truhan cuando escritor dice que lo es, pero no escribe. Entonces no lo es. A él tampoco lo golpea la gripe. Va por allí, campante y malsonante y propone una foto suya como portada del anuario del colegio. Pobres niños y pobre colegio. Todos con tos y mocos menos los truhanes. A pesar de su inmunidad, debe ser horrible sentirse un truhan, pero el truhan no se siente. Igual también es horrible tener gripe. Esta gripe realmente no sé porque la llaman gripe. Podrían llamarla escarabajo 2017, exterminadora fulminante o pistola de aplastar personas. Quizá así entenderíamos mejor de qué se trata. Insisto, estoy hablando de ella, de la gripe. Poco, muy poco se puede escribir con ella. Quizá un artículo sobre truhanes.

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