14 mar 2018

Género



Durante años la palabra género solo tuvo para mi resonancias literarias.
La conocí a través de las bases de los premios literarios en los que comencé a participar desde adolescente. Si los géneros convocados eran teatro y ensayo, yo sabía que el premio no tenía nada que ver conmigo. Si en cambio eran poesía y narrativa la cosa cambiaba un poco. Al de poesía quizá no enviaría porque Reynaldo Pérez So a los quince años me había expulsado de su taller. Pero al género narrativa, seguro que sí: tenía ya cientos de páginas dispuestas y sólo era necesario inventar el pseudónimo y hacer las copias de rigor..
Eso era lo que significaba la palabra género para mí: escritura. Era un poco el mundo al revés, porque la literaria era y continúa siendo la sexta acepción de la palabra género en el diccionario de la Real Academia y también en el Pequeño Larousse, que entonces me gustaba más porque tenía las letras señaladas en el borde anterior. En esa época leía todo libro bueno que estuviera a menos de mil metros de mi vida: comprado, prestado, regalado e incluso robado. Por importar, no importaba ni el nombre del autor, mucho menos si se trataba de varón o hembra, judío o católico, planta carnívora o mamífero vegano.
He de reconocer que yo venía de una realidad particular. Mi infancia transcurrió en una cueva de montaña, en el Abra de Las Trincheras: allí crecí rodeado de libros, pianos, mujeres trabajadoras y oraciones. En la cueva, todos nos respetábamos por igual, las labores hogareñas se repartían democráticamente y, como yo era el único varón, no podía golpear a nadie ya que el undécimo mandamiento, escrito quizá en la contraportada de las tablas de Moisés, decía que "a las mujeres no se les pega ni con el pétalo de una rosa".
Así, a los catorce años ya dominaba con soltura incluso las derivaciones lingüísticas de la palabra: transgenérico (referido a los premios literarios que aceptaban obras de cualquier tipo sin importar si que mezclasen el ensayo con la narrativa e intercalasen eventualmente un poema), intergenérico (más o menos lo mismo) o subgénero (policial, ciencia ficción, etc.).
Luego, me enamoré de la mujer más bella del mundo. Fue un sentimiento infructuoso porque ella amaba a un compañero feo, rubio y gigantesco que luego se haría cirujano, pero que me aportó otro significado de la palabra género. La madre tenía una tienda de telas y, cuando llegaba a su casa en la noche, se quitaba las sandalias junto a la puerta y gritaba a todo pulmón:
-Hoy se acabó el género, lo vendí todo.
Se refería a las telas que vendía, las mismas de donde salían los vestidos la mujer que yo amaba desesperadamente a pesar de que cada vez era más obvia su elección quirúrgica.
Ya frecuentaba entonces la facultad y en estadística, para separar hombres y mujeres, hablábamos de sexo, todo muy correcto además según todas las fuentes que sea posible consultar.
Pasaron los años y me fui quedando solo con esas dos acepciones, fundamentalmente la primera. 
Ahora vivo en una cueva sin pianos aunque sí con muchos libros, pero sigo respetando el undécimo mandamiento, distribuyendo las labores por igual, leyendo todos los libros que se me atraviesan y, cómo negarlo, enviando de vez en cuando mis libritos a concursos literarios.
Es por eso, solo por eso, que me siento raro cuando escucho tantas veces la palabra género asociada a violencia y desigualdad. La literatura aunque se refiera a la violencia mayormente violenta no es y de la igualdad qué puedo decir: narrativa y poesía obviamente no son lo mismo, pero si bien escrita siempre literatura es.

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