21 mar 2018

Melini



Lo que más agradezco de los encuentros literarios de la primera juventud no es haber conocido a grandes escritores cuyo trabajo con el tiempo ha sido reconocido y que inevitablemente habría leído, sino haber podido leer y conocer a escritores formidables que han vivido con discreción la grandeza de sus libros. A estos quizá no los habría podido leer, al menos no sin dificultad, y son ellos, su lectura, los que más alegría me han dado. Cómo negarlo: da a veces la sensación de que la buena literatura en ocasiones se puede comprar en las grandes superficies, pero  mayormente circula por canales subterráneos, milagrosos, como si se tratase de sustancias secretas.
Por estos canales me han llegado en veinte años dos libros prodigiosos de Nicolás Melini (Santa Cruz de la Palma, 1969). El primero fue El futbolista asesino (La Palma editorial, 2000). Apenas leído, comencé a hablar y escribir de él, convencido de su maravilla. El segundo lo acabo de cerrar, pero igual no lo suelto. Es Africanos en Madrid (Reino de Cordelia, 2017). En ambos libros, me he sentido lector privilegiado y, como escritor, hermanado con el autor de las páginas, como si yo mismo hubiera querido escribirlas alguna vez agregándoles párrafos y enmiendas.
Una lectura plana del libro podría limitarse a decir que en él Nicolás Melini describe o narra sus encuentros en Madrid con personas nacidas en África y que estos encuentros han sido favorecidos por la vocación intercultural de un escritor que también es cineasta y tiene una hija que se llama Aisatu. Pero el libro es más que eso, es mucho más. En Africanos en Madrid, desnudo de ideas, simplemente narrando (evidenciando) hechos, Melini se sumerge en esa aparente otredad que significa África en el contexto español y desde diferentes perspectivas describe la vida (a veces maravillosa, a veces no tanto) de varios africanos en una ciudad infatigable como Madrid. Hay manteros que huyen de la policía, hay africanos con DNI que hacen correr a la policía. Hay hombres españoles que aman a mujeres africanas y hay hombres africanos que son amados por mujeres españolas. Y, por amados y necesitados, limitados, coartados, indocumentados, como en cualquier otra relación.
Incluso el último texto que es una nota necrológica del profesor El Hadji Amadou Ndoye podría ser para quien no conoció a este hispanista un gran relato de ficción en que el narrador canario, Melini otra vez, contacta con su propia africanidad.
Este libro físicamente es rectangular, pero luego de leerlo me resulta redondo. Por eso me gusta, Melini.

(texto publicado en el suplemento Quaderns del periódico Mediterráneo el 18 de marzo de 2018 con el título "Per això m'agrada, Melini".)

18 mar 2018

Cenizas de mascletá


(foto tomada de la edición de Levante del 16 de marzo de 2018)


1 La pólvora mayormente duele, pero también huele y emociona. Es humo y belleza, ruido y corazón, aro de fuego, juego: pirotecnia.
2 Eso son en Valencia las diecinueve mascletás de marzo en la Plaza del Ayuntamiento.
3 Los entendidos dicen que el mejor lugar para oler ver y escuchar la mascletá es la esquina de Correos.
4 Desde allí se escucha con la boca abierta jugando a obturar las trompas de Eustaquio. Cuidado, está prohibido taparse las orejas. Para sentirla, es necesario escuchar la mascletá o al menos intentarlo.
5 Allí también se siente completamente la fase de tierra. El piso tiembla, los edificios se mecen, los corazones estallan, el mundo se detiene y rompe luego en forma de aplauso.
6 Sucede en fallas, la fiesta local: ríos de alcohol y alegría humana, pero también de belleza volátil que da la bienvenida a la primavera.
7 Los valencianos huyen. Cierran sus casas, bajan persianas y santamarías. Se van a la montaña, visitan Europa.
8 Los falleros se adueñan de la ciudad. Casi todo está permitido.
9 En la primera semana de mascletás, el periodista Ignacio Zafra lo reveló: una empresa pirotécnica ofrece la posibilidad de disparar las cenizas de difuntos en forma de truenos o palmeras cromáticas.
10 Es inaudito, pero legal. Hay un vacío. Legal. Vacío.
11 Quienes más usan este servicio son personas vinculadas al mundo fallero.
12 El 12 de marzo, Raúl murió trabajando.
13 Atado al mundo fallero, trabajaba para otra empresa pirotécnica, la más importante del país. Rellenaba carcasas de mascletás. Pobre Raúl, morir explosionado.
14 No hay forma de demostrarlo, pero puesto que tres días después a su empresa le tocaba disparar la mascletá en la Plaza del Ayuntamiento es posible pensar que rellenaba esas carcasas, que cuidaba de la pólvora.
15 En día de sol, el 15 de marzo, a las dos en punto de la tarde, se disparó la mascletá. Era, así los dijeron las falleras mayores, un homenaje a Raúl, una mascletá in memorian. La jaula desde donde se realiza el disparo estaba presidida por un gran lazo negro. El maestro pirotécnico dijo que por el dolor que lo embargaba había pensado no acudir, pero acudió. La viuda del trabajador también acudió. Estaba allí, acudió. “Fue un disparo perfecto”, dijo el maestro. “Como si él lo estuviera controlando todo desde arriba”,
16 Se dispararon trescientos kilos de pólvora. Una de las carcasas voló incendiando una palmera de la plaza. Al final del disparo, la esquina de Correos se llenó de papel y pólvora quemados.
17 Cubierto de cenizas, un lector de Zafra insinuó la posibilidad de que en la película gris que lo recubría estuviera parte de los restos del trabajador fallecido, pero inmediatamente lo hicieron callar. Era un secreto a voces. Tan obvio que podía no ser cierto. Quizá no estaban.  Estaban y no estaban. Quizá estaban.
18 “La mascletá ha sido una demostración de fuerza e intensidad, tanto que los bomberos que vigilan la jaula donde se produce el disparo incluso se han llegado a retirar brevemente”, publicó la redacción de Levante, el periódico local. El alcalde de la ciudad, Joan Ribó, refiriéndose a la viuda, dijo: “Ha sido duro para ella después de un accidente tan terrible, pero también ha sido un homenaje muy bonito”.
19 Pobre Raúl, el 15 de marzo de 2018, cenizas de mascletá. Huelen y duelen. Pim pam pum.

14 mar 2018

Género



Durante años la palabra género solo tuvo para mi resonancias literarias.
La conocí a través de las bases de los premios literarios en los que comencé a participar desde adolescente. Si los géneros convocados eran teatro y ensayo, yo sabía que el premio no tenía nada que ver conmigo. Si en cambio eran poesía y narrativa la cosa cambiaba un poco. Al de poesía quizá no enviaría porque Reynaldo Pérez So a los quince años me había expulsado de su taller. Pero al género narrativa, seguro que sí: tenía ya cientos de páginas dispuestas y sólo era necesario inventar el pseudónimo y hacer las copias de rigor..
Eso era lo que significaba la palabra género para mí: escritura. Era un poco el mundo al revés, porque la literaria era y continúa siendo la sexta acepción de la palabra género en el diccionario de la Real Academia y también en el Pequeño Larousse, que entonces me gustaba más porque tenía las letras señaladas en el borde anterior. En esa época leía todo libro bueno que estuviera a menos de mil metros de mi vida: comprado, prestado, regalado e incluso robado. Por importar, no importaba ni el nombre del autor, mucho menos si se trataba de varón o hembra, judío o católico, planta carnívora o mamífero vegano.
He de reconocer que yo venía de una realidad particular. Mi infancia transcurrió en una cueva de montaña, en el Abra de Las Trincheras: allí crecí rodeado de libros, pianos, mujeres trabajadoras y oraciones. En la cueva, todos nos respetábamos por igual, las labores hogareñas se repartían democráticamente y, como yo era el único varón, no podía golpear a nadie ya que el undécimo mandamiento, escrito quizá en la contraportada de las tablas de Moisés, decía que "a las mujeres no se les pega ni con el pétalo de una rosa".
Así, a los catorce años ya dominaba con soltura incluso las derivaciones lingüísticas de la palabra: transgenérico (referido a los premios literarios que aceptaban obras de cualquier tipo sin importar si que mezclasen el ensayo con la narrativa e intercalasen eventualmente un poema), intergenérico (más o menos lo mismo) o subgénero (policial, ciencia ficción, etc.).
Luego, me enamoré de la mujer más bella del mundo. Fue un sentimiento infructuoso porque ella amaba a un compañero feo, rubio y gigantesco que luego se haría cirujano, pero que me aportó otro significado de la palabra género. La madre tenía una tienda de telas y, cuando llegaba a su casa en la noche, se quitaba las sandalias junto a la puerta y gritaba a todo pulmón:
-Hoy se acabó el género, lo vendí todo.
Se refería a las telas que vendía, las mismas de donde salían los vestidos la mujer que yo amaba desesperadamente a pesar de que cada vez era más obvia su elección quirúrgica.
Ya frecuentaba entonces la facultad y en estadística, para separar hombres y mujeres, hablábamos de sexo, todo muy correcto además según todas las fuentes que sea posible consultar.
Pasaron los años y me fui quedando solo con esas dos acepciones, fundamentalmente la primera. 
Ahora vivo en una cueva sin pianos aunque sí con muchos libros, pero sigo respetando el undécimo mandamiento, distribuyendo las labores por igual, leyendo todos los libros que se me atraviesan y, cómo negarlo, enviando de vez en cuando mis libritos a concursos literarios.
Es por eso, solo por eso, que me siento raro cuando escucho tantas veces la palabra género asociada a violencia y desigualdad. La literatura aunque se refiera a la violencia mayormente violenta no es y de la igualdad qué puedo decir: narrativa y poesía obviamente no son lo mismo, pero si bien escrita siempre literatura es.

2 mar 2018

Truhanes



Sé de personas que son capaces de hacer negocios incluso en el colegio de los hijos. Si son arquitectos o constructores y el individuo ocupa un lugar de relevancia en el AMPA, el colegio se hace cada vez más grande, se enriquece con columnas góticas y, por qué no, empieza a tener puentes estilo La Guerra de las Galaxias. Si el truhan en cuestión tiene una granja avícola, en el comedor del colegio empiezan a servir diariamente  pechuga y huevos. Es lo que tiene ser truhan. Aunque el cine diga que el crimen no paga, al truhan siempre le cuadran las cuentas y, si acaso pierde, no lo admite. Es mal empresario y peor persona. Él conduce un coche último modelo y las furgonetas de sus empleados tienen las ruedas lisas. En estas semanas pienso que el truhan no deja de ser truhan ni siquiera cuando le contagian la gripe. Tiene los ojos acristalados, pero continúa. Su negocio avanza a toda pastilla: con las llantas lisas y los motores deshechos, pero cobrando aquí y allá. Desde ese punto de vista es todo lo contrario del escritor. No es que esté diciendo que no hay escritores truhanes. Tiene que haberlos. Pero nuestras tajadas son tan pírricas, que no les valen mucho la pena a tan poco distinguidos señores. De hecho, el truhan cuando escritor dice que lo es, pero no escribe. Entonces no lo es. A él tampoco lo golpea la gripe. Va por allí, campante y malsonante y propone una foto suya como portada del anuario del colegio. Pobres niños y pobre colegio. Todos con tos y mocos menos los truhanes. A pesar de su inmunidad, debe ser horrible sentirse un truhan, pero el truhan no se siente. Igual también es horrible tener gripe. Esta gripe realmente no sé porque la llaman gripe. Podrían llamarla escarabajo 2017, exterminadora fulminante o pistola de aplastar personas. Quizá así entenderíamos mejor de qué se trata. Insisto, estoy hablando de ella, de la gripe. Poco, muy poco se puede escribir con ella. Quizá un artículo sobre truhanes.