8 ene 2018

Café



Mientras duermo, me invitan a tomar café a diez mil kilómetros de distancia. Lo sueño porque sueño y anhelo es. Pero también es un mensaje que hace temblar el teléfono a los pies de la cama. No percibo la vibración porque sigo soñando. Mi mundo gira alrededor de un café colado en manga percudida, con hilos que se anudan alrededor del aro metálico. Es un café delicioso este café que sueño. Pasa por mi lengua y sacude mi memoria. De improviso, me sitúa en un poema que leí hace treinta años. José Ángel Contín era su autor aunque no podría asegurarlo. Me lo hizo leer Luis Cedeño, un taxista ciego que recorría en un Nova marrón las calles de Valencia. En el poema, todas las puertas eran iguales, pero si una se abría (siempre creí que se trataba de una puerta de dos hojas, pero ahora  la siento entera, de una hoja, que al abrirse solo deja ver un ojo y un ala de la nariz) e invitaba a saborear un café, se trataba de una puerta especial, una absolutamente diferente. Siempre en el sueño, aparto el poema y continúo bebiendo lentamente. No le añado azúcar porque no la necesita. Mezo el fondo y, en el momento de llevarme la taza a los labios, vibra el teléfono. Esta vez sí lo siento y me despierta. No puedo no tragar el café porque lo tengo en la boca. Mientras lo hago, me incorporo y leo el mensaje: "Perdona, me confundí de persona. Tú no puedes venir, estás muy lejos".  

No hay comentarios.: